Menudo dilema, ¿eh? Para los amantes del vino el hecho de pedir vino en un restaurante no supone ningún aprieto porque saben lo que quieren y tienen nociones suficientes como para tener claro cómo proceder y, sobre todo, cómo acertar. Pero claro, para el resto de los mortales, que están más desligados, elegir un vino puede convertirse en un auténtico calvario.
Por lo general pedir vino en un restaurante suele hacerlo el que mejor conoce este mundillo. Si en la mesa hay “uno que entiende” el resto de comensales le encomendará elegir el vino. Pero claro, si el enterado de turno solo se rige por sus gustos no será una elección del todo acertada. Porque, ¿qué pasa con los platos que tomarán los compañeros de mesa?, ¿maridarán igual?, ¿qué precio estará dispuesto a pagar el grupo? Todas estas cuestiones se solventan hablándolo abiertamente. Cuando todas las cartas estén sobre la mesa, entonces sí, el que vaya a pedir podrá escoger lo que más le interese/convenga/apetezca a la mesa. Eso sí, ojo con el “entendido” porque si es el listillo de turno la crónica del batacazo estará garantizada.
Como las prisas son malas consejeras -también a la hora de visitar un restaurante- hay que tomarse tiempo para atinar con la elección. Ojear, desechar, reducir el número de opciones, tener en cuenta la billetera grupal y otros aspectos seguro que requieren de tiempo e incluso debate. En cartas reducidas ese proceso es más simple y, por lo tanto, más breve. Pero ¿y si tiene tropecientas mil referencias?… ¿cómo lo hacemos? Pues con paciencia hasta dar en el clavo.
Si a pesar de deliberar un buen rato continúan las dudas sobre cómo pedir vino en un restaurante, e incluso si no, es mejor pedir ayuda. ¿A quién? Pues al mejor aliado que podemos encontrar en un restaurante: tachaaaaannn… el sumiller. Le contáis cuáles son vuestros gustos, qué platos vais a tomar y, de paso, le marcáis un precio máximo por botella para que no lo rebase y os llevéis el susto de vuestra vida cuando llegue la dolorosa. Nada de divagaciones ni de preocupaciones. Confiad en él y os propondrá la mejor opción. Siempre.
Cuando estés con el sumiller ni se te ocurra ir de espabilao. Humildad ante todo. En determinadas ocasiones se suelen escuchar conversaciones que sonrojan a las mesas contiguas. Pregunta con el fin de recibir ayuda, no para demostrar que sabes latín porque saldrás perdiendo. Así que al abuelo no le vayas con pistolicas de agua porque, por mucha paciencia que tenga, quedarás siempre humillantemente derrotado.
Otro aspecto: hay que fijarse en las añadas cuando traigan la botella. Sobre todo con los vinos jóvenes y en determinados restaurantes de medio pelo suelen quedar restos de las que deberían estar fuera de curso. Si pedís un rosado y os la pretenden colar con un 2008, por ejemplo, no seáis tolerantes. Que no os dé reparo quejaros, que luego no vale lamentarse. Y sobra decir que empezaremos la sesión con los más jóvenes para ir aumentando edad paulatinamente.
Desde mi modesta opinión, en la elección de un vino, ya sea en restaurante, tienda u plataforma on-line, siempre hay un desafiante riesgo. Si eres fiel a los vinos que conoces pocas sorpresas te llevarás. Quiero decir, que si no sales del sota- caballo- rey irás a tiro hecho pero seguirás bebiendo lo mismo. Personalmente prefiero ampliar puntos de mira, ir a por zonas menos conocidas, a por vinos que marcan tendencia, a por rarezas accesibles. Quizá será más arriesgado, pero ganas en conocimiento y pruebas desconocidos que dejan de ser extraños. Además es más divertido, qué joder.
Cuando en la carta veas referencias a precios desorbitados actúa según dicte tu tarjeta. Yo no suelo tenerlas en cuenta porque nunca podré descorcharlas. Son marcas que alguien pedirá –la rotación es mínima- pero que están ahí no para vender, sino para prestigiar a la propia carta. Y por ende al restaurante.
Por último, tras haber pedido el vino olvida los complejos. La botella es tuya y puesto que forma parte de tu patrimonio llévatela a casa si ha sobrado algo. Esto no lo he hecho nunca porque jamás se ha quedado medio vacía. Los 75cl. no salen del restaurante pero pídele al equipo de sala que te la prepare para que salga contigo del brazo. En otros lugares del planeta es muy habitual… ¿por qué no aquí?
En cualquier caso, que a nadie le intimide pedir el vino como dios manda en un restaurante. Es el mejor aliado de que dispone el ser humano para orquestar u escoltar una comida. Así que menos miedos y más pragmatismo. El único que sale beneficiado es uno mismo.