¿Por qué arrinconamos a estas “otras formas” de consumir vino? ¿Por qué las relegamos a un miserable segundo plano? ¡¡¡Si es que, encima, nos gustan!!! Son cosas que no entiendo. Además, ¿por qué solamente bebemos tinto de verano y sangría con el calor cuando nada ni nadie marca su estacionalidad?
Para buena parte del sector vitivinícola, las “otras formas” son rústicas, bastas y casi insultantes. Recuerdo una charla relacionada con el Lambrusco en la que gentes de la cuerda se referían a él como ultraje. ¿Hola?… ¿y eso? Nos empeñamos en vender una cultura que no existe y en un conocimiento que dista mucho de lo que querríamos cuando en realidad no nos quitamos unas gafas de pana que impiden que veamos las necesidades del mercado.
He visto a sumilleres aragoneses beber -y disfrutar- un espumoso rosé en porrón. Y no ha pasado nada. O a grandes enólogos de esta tierra poniéndole una canuta a un vino corriente en la viña. Y el mundo seguía girando. O yo mismo, que le tengo poco miedo a la gaseosa vertida en una copa de tinto corriente. ¿Pasa algo? Pues no.
Mientras muchos agentes del sector se empeñan en enturbiar la conexión entre vino y gente de a pie -oseasé futuro consumidor- los índices de consumo bajan a una velocidad vertiginosa, lo cual nos debería hacer reflexionar. Si a un fulano le apetece tomarse un Alión con gaseosa, el sumiller de turno tiene que aplicar la tarifa pertinente y no rechistar: no sé cuánto del vino y dos eurillos de la efervescente. Punto.
Yo me pregunto cuál es el tipo de vino que más reclama la gente en tiendas especializadas. O cuáles son los motivos que le impulsan a alguien hacer un curso de iniciación. Quizá si aplicásemos un poco más de empatía tendríamos la clave de cuáles son los gustos del personal. Y, por lo tanto, si conocemos la enfermedad tal vez podamos aplicar el remedio.
El vino mola por sí solo. No le hacen falta escenarios fastuosos ni verborreas excesivas. Aquí es donde me repito hasta la saciedad: el vino es igual a placer… punto.
No le hagamos ascos a un porrón, ni a una sangría, a un tinto con gaseosa o a un vino de aguja de primer precio. Será más fácil captar adeptos con una informalidad que brilla por su ausencia porque los vinos de estructura apabullante solamente encandilan a una minúscula parte del espectro bebedor. Hagamos lo posible por acercarlo al neófito y seguro que saldremos mejor parados. Las muestras del vino en la calle, actividades novedosas y desenfadadas, encuentros informales, el brindar por charlar o viceversa… todo media en esta pugna por sacar a flote algo tan arraigado a nuestra cultura como es el vino.
Como micro encuesta improvisada… ¿quiénes de los que estáis leyendo esto comisteis ayer con vino? Ahahaaa… pocos, muy pocos. Será por las trabas que le ha impuesto el propio sector, por lo que intimida un vino en un restaurante fino, porque no quieres delatar tu falta de conocimiento, porque te da miedo opinar… por lo que sea. El caso es que no bebemos miaja.
Da igual el estilo, la procedencia o la composición. Deben primar los gustos personales y, por supuesto, respetar los de cada cual. Serán excéntricos o disparatados, conservadores o atrevidos. Eso no importa. Como decía antes no es la forma sino el fondo. Primero bebamos y luego ya afinaremos. A lo mejor en esas “otras formas” de consumir está una de las claves para reactivar este sector.