Será por desconocimiento, porque se les ha otorgado la categoría de doctrina, porque el boca a boca ha propagado su aceptación o tal vez porque casi nadie contrasta la validez de una creencia antes de digerirla. Vete tú a saber. El caso es que los falsos mitos continúan circulando con una credibilidad pasmosa. ¿Quién no ha escuchado eso de que la Coca-Cola es un infalible desatascador, que Walt Disney está congelado o que el avestruz mete la cabeza bajo tierra cuando está asustada? Pues bien, todas estas aserciones son mentira. Y como llegan hasta el último rincón del planeta, en el caso del vino tampoco podían faltar y también hay una serie de falsos mitos sobre el vino que siguen perdurando.
Que quede claro desde el principio. El refresco de cola más famoso del mundo no puede ni con la cañería más roñosa. Si el pH de la susodicha bebida fuese capaz de abrasar tuberías no os quiero ni contar cómo tendríamos las paredes del estómago. Las cenizas de Walt Disney están en el cementerio Forest Lawn Memorial Park en Glendale –California- ya que fue incinerado allí el 17 de diciembre de 1966. Por último, cuando un avestruz tiene miedo sale escopeteada como lo haría cualquier hijo de vecino. A ver si a estas alturas va a resultar que las aves más grandes y más pesadas del mundo son idiotas perdidas… pues no.
Todos estos mitos son patrañas. Lo que ocurre es que perviven en el tiempo como cualquier otra leyenda urbana. Son creencias erróneas que continúan alimentándose de una voz popular y, por ello, se han convertido en auténticos disparates por los que muchos continúan poniendo la mano en el fuego. A propósito de estas farsas: hay que desmitificarlas porque lo único que consiguen es alejarse de la realidad y, por lo tanto, confundir al personal.
El mundo del vino no está al margen de estas gansadas y hay muchos falsos mitos sobre el vino que aún se escuchan. Como aquello de que con una cucharilla de postre no se esfuma el carbónico de un champán, que el vino mejora con la edad, que una botella debe servirse a “temperatura ambiente” y que con uvas tintas no se pueden elaborar blancos.
Resulta que además de los asiduos a la parroquia vinícola -véase aquellos que tienen un mínimo conocimiento-, hay otros muchos que están convencidos -y lo que es peor, predican para convencer- que un crianza guardado unos años se convierte en reserva, o incluso que la calidad de un vino es directamente proporcional al precio que pagues.
Dándole vueltas al asunto servidor creía conveniente dedicar unas líneas a todos esos falsos mitos que rodean a nuestro querido vino con el fin de aportar su minúsculo granito de arena y desbancar así todos estos chismes. Así que, queridos todos, allá vamos.
Uno de los clásicos es el de la temperatura ambiente, esa frase que a muchos establecimientos de medio pelo les sirvió para justificar que un vino estuviese congelado o, por el contrario, a punto de ebullición. Qué tiempos aquellos en los que el hostelero vulgar insistía e insistía, como si la vida la fuese en ello. El “ambiente” de una botella, en un bar, al lado de una cafetera, con un chorro de luz directo, calefacción del local incluida, hace que el contenido esté lejos de los grados centígrados ideales para su consumo. Un tinto de cierta edad debe tomarse a 16-18ºC, temperatura inferior a la que habrá en el local –que en invierno rondará los 24-25ºC-. Por lo tanto, cada vino con sus grados óptimos de consumo y nunca cerca de la temperatura que habrá en el restaurante.
Además de los grados del vino hay otras creencias que resisten las embestidas del tiempo. Por ejemplo, que un rosado es lo mismo que un clarete. ¡¡¡Pues no!!! Un rosado se obtiene macerando el mosto y el hollejo y, antes de que fermente, cuando se ha obtenido el color deseado, se extrae el líquido para iniciar la fermentación. Sin embargo, la elaboración del clarete se parece más a la de los tintos ya que fermenta parcialmente con los hollejos.
Otro histórico que funciona de boca en boca es pensar que una botella de crianza, guardadita durante un tiempo, se convierte en reserva. Por muchos años que pasen, aunque haya estado conservada como oro en paño, un tinto crianza seguirá siendo eso y no alcanzará a su hermano mayor en ningún caso. La clasificación de crianzas, reservas y grandes reservas atiende a la edad del vino y al tiempo de envejecimiento, tanto en barrica, como en botella. Por eso no se sube de escala ya que seis meses en barrica son seis meses o, como mucho, medio año. Ni más, ni menos. Además, todos los vinos tienen su fecha de consumo ideal y, rebasado ese tiempo, empiezan a decaer irremediablemente.
Al hilo del envejecimiento, también se cree que la calidad del vino se incrementa si en su crianza se usan barricas antiguas. Como falso mito que es este pensamiento está a años luz de la realidad. Y ¿por qué?, pues porque una barrica nueva aporta lo suyo al vino hasta que, después de un uso excesivo, se convierte única y exclusivamente en un recipiente. Quiere decirse que la porosidad de la madera -responsable del envejecimiento controlado de un vino- se va obstruyendo con el paso del tiempo hasta que deja de intercambiar aspectos favorables al líquido. Por eso, una barrica debe sustituirse después de ciertas llenadas.
Lo de la cucharilla de café en la botella de espumoso es igualmente erróneo. Al carbónico no le intimida ningún cubierto aunque sea de la mejor plata del mundo mundial. Si se quiere esfumar lo hará salvo que se utilice un tapón de vacío. Por cierto, digo espumoso porque cava y champán no es lo mismo, que también es habitual oír eso del champán elaborado en nuestro país. Aquí solo se hace cava: ca-va.
Siguiendo con esto de las creencias tergiversadas sale a colación el precio, asunto para echarle de comer aparte. La calidad de un vino no tiene nada que ver con los euros que haya costado la botella así que el precio no garantiza nada. Hay vinos más que dignos cada uno en su segmento de precio… y ahora más que nunca. Y no hace falta ser un experto para darse cuenta de ello.
De aquí se desprende otra mentira vinatera: el vino es para gente entendida. Pues no. El vino es placer y para disfrutar con él no es necesario tener un master en viticultura y enología. O te gusta, o no te gusta, punto pelota. Si para hablar de música tuviésemos que ser músicos tendríamos las horas contadas.
A mí hay un falso mito que me hace mucha gracia. La situación es la siguiente: cena distendida entre amigos y brindis apoteósico con una copa de espumoso. Al día siguiente hablas con algún compañero de mesa y dice: “menudo cava más cabezón, me sentó fatal”. ¡Anda!, ¿y lo que bebiste antes y después de la cena? La culpa se la lleva el cava cuando realmente el causante de su agonía es la caña previa, el vino entre plato y plato, el gin-tonic de la sobremesa… ¿por qué siempre tienen que pagar justos por pecadores?
Entre unos y otros deberíamos reflexionar sobre este tipo de creencias incorrectas. No es que todo el mundo deba manejarlas ya que el vino, para millones de personas, sigue siendo un producto que está a años luz de copar puestos de importancia. Sería ilógico pensar que estas cuestiones las debe conocer cualquiera pero, al menos, quien sienta cierto apego hacia el vino tiene que tenerlas bien claras porque ni todo lo que escucha es verdad, ni todo lo que lee es cierto.