La falsificación de productos es algo a lo que estamos acostumbrados. Nadie se sorprende al respecto porque lo vemos en las mantas callejeras de nuestras ciudades, en trastiendas ocultas de muchas de las capitales oficialmente turísticas del planeta o en infinidad de páginas webs. Ropa deportiva, calzado, electrónica, complementos como relojes y gafas de sol, vestidos de alta costura, medicamentos… todo tiene su versión tramposa. Hasta el vino, pobrecico mío.
Casualmente uno de los principales consumidores de vino a nivel mundial también es líder en el pirateo vinatero. China, héte aquí, es el país en el que se comercializan más vinos falsificados. Tantas como que, según expertos del Financial Times, el 40% del vino consumido allí es más falso que un “mañana te pago”.
Las que se trampean son marcas míticas francesas de altísimo copete. Chateau Lafite Rotschild y Chateau Margaux, por ejemplo, son las principales plagiadas en el país asiático, sobre todo las de añadas tan míticas como la del 82. Pero es que el disparate llega a mover tanto volumen que hay más botellas de esa cosecha de Lafite circulando en China, que botellas se elaboraron en la bodega aquel año.
Una botella original vacía de esa referencia puede encontrarse en el mercado negro chino por 500$. Un pastizal bien invertido para los embaucadores si se tiene en cuenta que rellenándola con un granel de medio pelo –en el mejor de los casos- se vende luego por varios miles de dólares.
El pasado año se cerraron treinta “bodegas” del distrito Changli, en la provincia de Hebei, que se ganaban la vida con este turbio y repugnante negocio. Eh, que vendían entre todas 2,4 millones de botellas al año, ¿eh? Ojito al dato, que eso es una burrada de unidades.
La verdad es que el tema es complejo porque mucha gente no tiene el criterio suficiente como para detectar el engaño. Entre un Margaux y un Lafite del mismo año, ¿quién sabe diferenciar? Lógicamente un consumidor adinerado de a pie no.
Esa fue una de las bazas con las que jugó el marchante-farsante de vinos Rudy Kurniawan, que vendió 130 millones de dólares en vinos falsificados. Ahora está en la trena porque lo pillaron. ¿Y sabéis cómo? Pues porque plagió una añada que ni siquiera existía. Sacó a la venta un lote de Domaine Ponsot de 1929 cuando los primeros que embotelló la bodega datan de 1934. ¿La cagaste Rudy?… pues a los barrotes.
Mientras algunas autoridades de países como China o Estados Unidos dicen, directamente, que no se compren determinados vinos para no caer en el engaño –con el consiguiente golpe para las bodegas plagiadas- otros dicen que no se adquieran en lugares de dudosa fiabilidad, que se revise milimétricamente la botella o que se desconfíe de las gangas.
Todo sea para que no te engañen como a un chino.