En este querido país nuestro el vino mueve una serie de cifras que son simplemente apabullantes. ¿Sabéis, por ejemplo, cuántas bodegas tenemos?… pues del orden de 4.500. ¿Y cuántas marcas de vino comercializan entre todas?… en torno a 15.000. Que sí, que sí, que habéis leído bien: 15.000 marcas de vino made in Spain.
Como podréis imaginar, con tantísima referencia, es fácil encontrar de todo. Y cuando digo de todo me refiero a marcas extravagantes y sonoras en las que el “vale todo” impone sus reglas.
Está claro que dar en el clavo con un nombre comercial que atraiga no es tarea sencilla. Que se lo pregunten a los marketinianos que están dale que te pego, nombre arriba, nombre abajo hasta que, por fin, se ilumina la bombilla. Todo son posibilidades hasta que los borradores dan paso a las ideas más factibles. Luego hay que hacer una nueva criba y ver la viabilidad que puede tener en el mercado, desde el propio registro, hasta la fonética en los países donde se comercialice, por citar solo algunos pasos previos.
Cuando la marca está elegida e impresa en cada botella que sale de la bodega ya es algo público, algo que queda al alcance de cualquiera que la vea en un céntrico escaparate, en un frío lineal de gran superficie o en la estantería de la tienda más chic del planeta. Ya está en la calle y, por lo tanto, es irremediable dar marcha atrás. Y ojo, cada cual bautiza con el patronímico que le da la real gana. Todo es respetable aunque, irremediablemente, hay marcas que de buenas a primeras no pasan desapercibidas y de ahí algunos nombres extravagantes de vino que no dejan indiferente a nadie.
Hay nombres para todos los gustos. Unos hacen mención a un pasado aristocrático -marqués de no se qué, duque de no sé cuántos, condado de váyase usted a saber…-; otros se inclinan por aquello que simplemente suena grandioso –castillos, palacios, monasterios, abadías, etcétera-; hay marcas que recuerdan a imperios amasados y dominios de una misma estirpe –haciendas y heredades, sobre todo-; otras referencias que tiran hacia lo poético y lo bucólico -que si el sueño de uno, que si el alma del otro-; nombres propios –véase fulano de tal-; nombres con reminiscencias latinas, es decir, latinajos, y cómo no, viñas de infinitas nomenclaturas. Como digo, de todo y para todos. Y eso que no están todos los que son.
Sin embargo, independientemente del sentido que tenga una marca, llaman poderosamente la atención las que podríamos amontonar en el grupo “nombres chocantes”. Y me refiero única y exclusivamente a la marca, no al contenido de la botella. El listado es, por decirlo de alguna manera, insólito.
Tenemos muestras firmadas incluso en esta comunidad (Cojón de Gato, Teta de Vaca o Jabalí) pero lo que se cuece en el resto del país también tiene su aquel.
Nuestros vecinos riojanos tienen marcas tan chocantes como Qué bonito cacareaba, elaborado en Bodegas Benjamín Romeo e ilustrado con un gallo en la etiqueta. Ahora bien, para reforzar la rareza, sonado es también el caso de El Perro Verde, un blanco procedente de la D.O. Rueda; o en esa misma zona el Ababol. Telita lo que cambiaría el significado de la palabra si se lo preguntasen a un vecino de mañolandia, ¿verdad?. En Aragón ababol es flor pero tiene una segunda acepción.
Hay marcas tan de aquí como De Puta Madre, un Vino de la Tierra Castilla y León elaborado en la Bodega Jacques& François Lurton. Y existen otras que van con mensaje incluido, como el riojano Gran Cerdo. Resulta que un bodeguero se acordó del director de una entidad financiera que le denegó un préstamo y voilà, regalito al canto que le envió.
Ahora bien, para regocijarse con marcas bizarras es necesario revisar el mapa mundial. Os aseguro que no hay zonas ni país que no tengan varias referencias desternillantes.
En la región del Véneto, por ejemplo, existe un vino espumoso cuyo nombre es Follador. Seguro que en Italia tendrá otro significado pero aquí es bien distinto.
El caso es que no es la única referencia subidita de tono porque en California, en el valle de Napa, encontramos Cleavage Creek que, traducido al castellano, significa “escote profundo”. La etiqueta lo deja bien claro. Y de los USA también llega Kagan. El nombre del barquito de los dueños de la bodega, tejanos ellos, quedaba mono y hasta evocador en la etiqueta. Pero el sentido que tiene aquí qué, ¿eh?
Uno de los vinos de mayor tirón en la afamada zona de Barosa, en Australia, es Bitch (puta), en cuya contraetiqueta se repite el apelativo meretriciano hasta la saciedad. Por cierto, está elaborado con Garnacha. Toma ya.
La nómina de marcas cachondas es larguísima pero es de justicia mencionar, al menos, a las que, encima, tienen una sensacional acogida en el mercado y arrasan. Véanse los franceses Elephant on a tightrope (elefante en la cuerda), Vin de Merde (no hace falta traducir); el canadiense Blasted Church (maldita iglesia) o el australiano Yelow Tail (cola amarilla), entre otros.
El éxito apabullante de muchas de estas marcas da que pensar porque ¿cuánto de marketing hay en el uso de nombres tan estrafalarios? Ahí tenéis el debate. Si lo que queréis es hacerlo en otro mundillo que no sea el del vino también tenéis tela. A veces, por desconocer los significados de una marca en otras lenguas, se cuelan ejemplos tan ilustres como el Mitsubishi Pajero, que en nuestro país se llama Montero por cuestiones obvias, o el Renault Clio, que en Japón es Renault Lutecia porque Clio significa prostituta.
¡¡¡Viva el vino!!!