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Barrica Creativa

Diseño, arte y vino.

Portada / Archivos para Mariano Navascués / Página 3

Sangrías, gaseosas y otras formas del vino en verano

13 julio, 2016 por Mariano Navascués

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¿Por qué arrinconamos a estas “otras formas” de consumir vino? ¿Por qué las relegamos a un miserable segundo plano? ¡¡¡Si es que, encima, nos gustan!!! Son cosas que no entiendo. Además, ¿por qué solamente bebemos tinto de verano y sangría con el calor cuando nada ni nadie marca su estacionalidad?

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Para buena parte del sector vitivinícola, las “otras formas” son rústicas, bastas y casi insultantes. Recuerdo una charla relacionada con el Lambrusco en la que gentes de la cuerda se referían a él como ultraje. ¿Hola?… ¿y eso? Nos empeñamos en vender una cultura que no existe y en un conocimiento que dista mucho de lo que querríamos cuando en realidad no nos quitamos unas gafas de pana que impiden que veamos las necesidades del mercado.

He visto a sumilleres aragoneses beber -y disfrutar- un espumoso rosé en porrón. Y no ha pasado nada. O a grandes enólogos de esta tierra poniéndole una canuta a un vino corriente en la viña. Y el mundo seguía girando. O yo mismo, que le tengo poco miedo a la gaseosa vertida en una copa de tinto corriente. ¿Pasa algo? Pues no.

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Mientras muchos agentes del sector se empeñan en enturbiar la conexión entre vino y gente de a pie -oseasé futuro consumidor- los índices de consumo bajan a una velocidad vertiginosa, lo cual nos debería hacer reflexionar. Si a un fulano le apetece tomarse un Alión con gaseosa, el sumiller de turno tiene que aplicar la tarifa pertinente y no rechistar: no sé cuánto del vino y dos eurillos de la efervescente. Punto.

Yo me pregunto cuál es el tipo de vino que más reclama la gente en tiendas especializadas. O cuáles son los motivos que le impulsan a alguien hacer un curso de iniciación. Quizá si aplicásemos un poco más de empatía tendríamos la clave de cuáles son los gustos del personal. Y, por lo tanto, si conocemos la enfermedad tal vez podamos aplicar el remedio.

El vino mola por sí solo. No le hacen falta escenarios fastuosos ni verborreas excesivas. Aquí es donde me repito hasta la saciedad: el vino es igual a placer… punto.

No le hagamos ascos a un porrón, ni a una sangría, a un tinto con gaseosa o a un vino de aguja de primer precio. Será más fácil captar adeptos con una informalidad que brilla por su ausencia porque los vinos de estructura apabullante solamente encandilan a una minúscula parte del espectro bebedor. Hagamos lo posible por acercarlo al neófito y seguro que saldremos mejor parados. Las muestras del vino en la calle, actividades novedosas y desenfadadas, encuentros informales, el brindar por charlar o viceversa… todo media en esta pugna por sacar a flote algo tan arraigado a nuestra cultura como es el vino.

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Como micro encuesta improvisada… ¿quiénes de los que estáis leyendo esto comisteis ayer con vino? Ahahaaa… pocos, muy pocos. Será por las trabas que le ha impuesto el propio sector, por lo que intimida un vino en un restaurante fino, porque no quieres delatar tu falta de conocimiento, porque te da miedo opinar… por lo que sea. El caso es que no bebemos miaja.

Da igual el estilo, la procedencia o la composición. Deben primar los gustos personales y, por supuesto, respetar los de cada cual. Serán excéntricos o disparatados, conservadores o atrevidos. Eso no importa. Como decía antes no es la forma sino el fondo. Primero bebamos y luego ya afinaremos. A lo mejor en esas “otras formas” de consumir está una de las claves para reactivar este sector.

¿Sabes cuánto vale el vino?

21 junio, 2016 por Mariano Navascués

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Hay quienes están todo el día con la misma cantinela: que si el vino es caro, que si fíjese usted lo que cuesta una u otra botella, que si muchas bodegas se han vuelto locas con semejantes tarifas. Es normal. Esto del precio se las trae y no voy a ser yo quien entre en ese debate del “vale lo que cuesta” o “cuesta lo que vale”. Sería caminar sobre un terreno pantanoso en el que, por supuesto, intervienen valores intangibles, percepciones personales y demás.

Aún así, para tirar la tiza y esconder la mano, os voy a listar brevemente cuáles son los costes de producción de la uva, un asunto que casi nunca se tiene en cuenta porque el vino nos lo sirven embotelladito y con su vestimenta mientras nosotros estamos sentados en un restaurante tan ricamente o de pie con nuestra cuadrilla junto a una barra. Así que ahí van algunos factores que influyen en cuánto vale el vino.

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  • Empezamos en la viña

Los trabajos que exige una hectárea de viñedo -plantada en vaso- son poda manual, sarmentar con barredora, abonados, estercolados, aplicación de los mismos, esborrizar –como dicen, por ejemplo en Cariñena-, despunte, poda en verde, laboreo mecánico del suelo, tratamientos fitosanitarios –incluyendo además de la compra el trabajo que supone aplicarlos en la viña-, vendimia manual y transporte a la bodega. Casi nada la lista de tareas que, obviamente, llevan su consiguiente presupuesto.

El coste de todo esto supone, aproximadamente, unos 1.000€ al año y eso que le faltan otras partidas como, por ejemplo, seguros, amortización de maquinaria, combustible, intereses, contribuciones, instalaciones para alojar a los peones temporeros y demás. Sumando todo, el precio que representa mantener el cultivo de una hectárea es de 1.250€ cada doce meses, euro arriba, euro abajo. Así que id echando cuentas y figuraos la de pasta que debe invertir un viticultor.

Evidentemente, no son los mismos costes los que genera un viñedo que se destina a un producto de primer precio, que los que por su categoría se reservan para un vino de gama alta. Lógico y normal; tampoco es el mismo algodón el que emplea una marca barriobajera que el que usa una firma de alta costura francesa.

Por su parte, el irremplazable viticultor se pasa todo el año mirando al cielo ya que no puede controlar la caprichosa climatología de cada estación –hielos, pedriscos, sequías…-. Hace una especie de rogativa para que la cosecha sea excepcional y que, además, no le exija ningún añadido.

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  • Una vez dentro de la bodega

Lo que tiene que ver con el proceso de elaboración nos lo saltamos porque valorar –o mejor dicho, tarifar- la puesta en marcha de una bodega da para medio millón de posts. Solamente tened en cuenta la construcción del edificio, el amplísimo equipo humano que debe estar al frente -enólogo, bodegueros, marketinianos, comerciales, administrativos, etcétera- y los medios técnicos necesarios que son, entre otros, sistemas de recepción, despalilladoras y estrujadoras, bombas, grupos de frío y calor, prensas, depósitos, barricas, climatización, equipos de filtración, embotelladoras, etiquetadoras, material de laboratorio y un largo etcétera de otros accesorios imprescindibles –véanse mangueras, jaulones, vehículos especiales…-.

Sin embargo, para no dejar nada en el tintero, sacad la calculadora y valorad todos aquellos productos que se emplean en la elaboración -incluyendo la energía eléctrica para el control de temperaturas y la refrigeración de los depósitos-. Se podría cifrar en unos 0,03€ por cada kilo de uva elaborado, dependiendo claro está del tipo de elaboración elegida. Por todo ello, al igual que le sucede a cualquier otro campo, el vitivinícola es un suma y sigue. Todo tiene su precio y todo influye en el producto final.

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  • Vistámoslo para que esté guapo

Pasamos directamente a lo tangible, a lo que cualquier hijo de vecino puede palpar cuando tiene una botella en sus manos. Una botella es, obviamente, la suma de las distintas piezas que la componen.

Comenzando por el vidrio, el baremo de una botella de 75 centilitros oscila entre los 0,21€ y los 0,72€ siempre que sea un modelo de catálogo. Si alguien quiere esa botella única que nadie tiene, debe apoquinar más money. Cosas de la exclusividad.

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A la hora de cuantificar el sistema de cerramiento hay muchas y diferentes opciones. Si una bodega se decanta por el tapón de corcho para uno de sus vinos puede usar desde los más básicos de aglomerado (0,05€), hasta los super- corchos naturales que se seleccionan mano a mano y que pueden sobrepasar el euro por unidad. Sin embargo, existen otras alternativas. Un tapón sintético va de los 0,048€ hasta 0,10€, mientras que el cada vez menos novedoso tapón de rosca se mueve en torno a los 0,096€.

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Tras el vidrio y el tapón le llega el turno a la cápsula, que va desde 0,03 hasta 0,12€, dependiendo cómo no del material que se emplee. Sin embargo, todavía hay más componentes que deben tenerse en cuenta. Uno de ellos es la etiqueta y la contraetiqueta -con los derechos del Consejo Regulador si se pertenece a él-. Hablamos de no menos de 0,06 € y de más de 0,10€. Todo ello contemplando solamente el papel, sin contar el diseño que viste cada marca. Finalmente, cada botella se coloca debidamente en una caja. En función de si es de 6 o de 12 botellas, el precio repercutido en cada botella es de 0,09€.

Conclusión: el vino puede ser un producto tremendamente económico o, por el contrario, un artículo de lujo. Por eso es conveniente revisar cuáles son los factores que intervienen en un determinado producto con nombres y apellidos. Hacedlo antes de calzarle un tajante caro o barato. ¿Por qué?… o mejor dicho, ¿para quién?

¿Por qué vino rosado?

15 junio, 2016 por Mariano Navascués

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Damas y caballeros, hace calor. Muchos de nosotros estamos ya revisando el calendario estival y haciendo sudokus para cuadrar las vacaciones mientras los termómetros, en muchos puntos de nuestro país, comienzan a dar tremendos acaloros. Quienes no somos amigos de aires acondicionados tenemos que buscar refrigerio en otros aliados. ¿Y sabéis cuál es uno de los mejores?… el rosado, el casi siempre maltratado vino rosado.

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No termino de entender por qué seguimos arrinconándolo, pobrete mío. Todavía hay quienes lo rebajan hasta posiciones de escasa estima cuando, en realidad, es un tipo de vino que tiene todas las de ganar. Porque le sobran motivos para encandilar a cualquiera.

En muchas ocasiones hemos escuchado argumentos con poco fundamento y, qué casualidad, siempre vienen de personas no iniciadas. Los “no sé, a mí no me gustan”, “nunca me ha dado por ahí”, “no son ni una cosa ni otra” o “como mucho el Lambrusco” son alegatos habituales. Sin embargo -también ha sucedido- esos razonamientos se invierten cuando los prueban. Entonces el discurso cambia por completo.

Yo me pregunto, ¿qué ha hecho el rosado para merecerse semejante desdén? Hay que tener en cuenta que hoy es cuando mejor se elaboran y, por lo tanto, cuando más ricos están. Las elaboraciones se han afinado, se juega con otras variedades y en definitiva se ofrecen productos que nada tienen que ver con los que se hicieron en otros tiempos.

Mientras sigue coleando la eterna duda de si es lo mismo el rosado que el clarete –ahora no viene a cuento la explicación- los índices de consumo en nuestro país continúan cayendo en picado año tras año. La falta de interés o el desconocimiento hacen que sea el patito feo del vino… y no es justo.

Por norma general, preguntádselo a cualquiera, en lo que a bebidas se refiere preferimos lo frío a lo caliente y nos decantamos antes por lo dulce que por cualquier otro sabor. Y ya, si le ponemos chispa con burbujitas no os quiero ni contar. El rosado, en muchas ocasiones, agrupa todo ello, además, a precios más que razonables, porque encontramos vinazos de esta tipología por cuatro perras.

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No soy el primero que lo hace pero me parece oportuno adular al rosado. Porque entre todos debemos motivar su consumo, porque no hace falta buscar demasiado para encontrar magníficas referencias, porque hace calor –aunque para nada son vinos estacionales- y porque me da la gana a mí… ¡¡¡qué pasa!!!.

Puesto que ha de predicarse con el ejemplo, también creo conveniente listar algunos de los motivos por los que debemos engancharnos a este tipo de vino. En muchos casos cumple a rajatabla el bueno, bonito y barato.

  • Por sensaciones

Un rosado es una explosión, un bombazo de fruta y juventud -con aparente ligereza- cuya frescura los hace irresistibles. Resultan tan golosos como si entrásemos a una tienda de chuches y metiésemos la nariz en los cajones de frambuesas, fresas, cerezas y demás. Ahí es donde entra en juego el escuadrón de variedades que se utilizan. Y es que, además de los clásicos garnacheros, encontramos otros que toman como base Merlot, Cabernet Sauvignon, Petit Verdot, Sumoll, Trepat o Mazuela. Para más INRI, si además llevan un punto de aguja las sensaciones de viveza se multiplican y por lo tanto el baremo placentero sube como las propias burbujas. Por acidez e incluso por cuerpo, porque también se elaboran rosados con más carrocería, son vinos infalibles. Además, podemos encontrar un montón de alternativas en el mercado.

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  • Por opciones y referencias

Centrémonos en lo que ofrece Aragón en cuanto a vino rosado, para qué levantar tanto el vuelo. Hay zonas que antes más que ahora se asociaban irremediablemente con los rosados. ¿Os acordáis, por ejemplo, de la fama que alcanzaron los de Calatayud? Hoy en día siguen estando ahí y están si quiera más ricos que aquellos de tiempos pasados. En cualquier denominación de origen o zona de vino de la tierra encontramos un puñado de buenos ejemplos que, en muchos casos, parten de la Garnacha como componente dominante aunque se juega con otras cepas… y eso mola: la diversidad. Los hay con menos cuerpo, otros con más envergadura y poderío, con y sin carbónico, con una escala cromática más diversa de lo que creemos… la heterogeneidad vinícola aragonesa también afecta a los rosados, a los ricos y joviales rosados hechos aquí.

  • Por precio

Echando mano de la oferta que propone una vinatería zaragozana en su web, el precio medio de las 13 referencias de vino rosado que llenan los estantes es de 4,90€. Y eso que hablamos de que el más barato está en 3,60€ y el más caro en 7,90€. Por menos de 5€ tenemos muchísimas alternativas y eso no lo cumplen otras tipologías. Hablamos de precios más que razonables para disfrutar a diario. Si hiciésemos esta comparativa con blancos y tintos jóvenes la tarifa media no saldría tan ajustada ni de lejos. Por lo tanto, el precio también es uno de los valores que manifiesta el rosado para auparse en la consideración que merece.

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  • Por matrimonio y armonía

Las opciones de maridaje que ofrece el rosado son amplísimas. Da igual que le pongas una ensalada, un cochinillo o un pulpo. Se comporta maravillosamente bien. Lógicamente esto de las armonías tolera muchas más opciones de las que pensamos y, además, cada cual tiene sus gustos. Pero quiero insistir en el mogollón de buenas compañías. Probad, por muy extravagante que os parezca, porque os sorprenderán casi siempre… y siempre para bien.

  • Por tendencia al alza

En España los teníamos menospreciados pero otros países, como Francia, se están reenamorando de estos vinos. Se intuye una tendencia regresiva hacia los rosados, porque empiezan a ser los fashion entre la gente joven. Ojalá sean moda –no pasajera- y esa corriente se instaure definitivamente en la península.

Ahora, además, están en pleno apogeo los rosados ligeros y de poco color… los rosés. Estos que por la vista parecen estar evolucionados. Pero de eso nada. Son una parte más del inmenso abanico de un vino que va a pegar fuerte. Y no es que lo diga yo, es que la Internacional Wine& Spirit Research afirma en un estudio reciente que estos vinos alcanzarán el 9,3% del mercado mundial en el próximo año, lo cual quiere decir que en estos últimos cinco años habrán crecido un 7,7%, tres puntos más que los tintos y blancos a nivel internacional.

Entonces qué, damas y caballeros, ¿abrimos unas botellas?

Vinos de menú

3 junio, 2016 por Mariano Navascués

Llevaba tiempo queriendo abordar el tema de los vinos de menú porque quien más o quien menos come fuera de casa y, por cuestiones presupuestarias, tiene que recurrir irremediablemente a este tipo de menús de diario en los que el vino juega un papel espeluznante. Porque en la mayoría de los casos ni con una gaseosa bien fría se pueden encubrir los mejunjes embotellados esos que se sirven sobre mantel de papel.

Para ello, había que empezar por el principio y hacerse con unas cuantas botellas. Fui a Makro –donde compro habitualmente porque su bodega es excelente- ya que uno de sus lineales recoge vinos de este segmento. La oferta era amplísima y oscilaba entre los 0,96€ de la botella más barata a los casi 4€ de las más cara. Cogí ocho referencias en total, de distintas procedencias, variedades y precios –el mínimo fue de 1,82€ y el máximo de 2,45€-.

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Faltaban los más importantes: los contertulios. Debía convocar a amigos que procediesen del sector hotelero y que a su vez conociesen bien el mundo del vino. Finalmente nos juntamos, ahí es nada, José Luis Yzuel (presidente de la Confederación de Hosteleros de Aragón), Marta Tornos (sumiller y asesora de comunicación), José Luis Borlán (sumiller y empresario hostelero), Begoña Fraile (aficionada al vino) y servidor, que semanalmente tiene que echar mano de esos menús que se escoltan con el tridente agua-vino-gas.

Probamos los (mediocres) vinos mientras íbamos conversando y, la verdad, más enjundia tuvieron las opiniones lanzadas por el grupo que los propios tintos, que salieron muy reguleros en general… como estaba pronosticado.

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El primero en dar su punto de vista fue Yzuel, que lanzó un rotundo “el único condicionante es el precio; en un menú barato, vino barato”. Hablamos de tarifas medias que andan entre 10€ y 12€, donde la materia prima, incluyendo todo, no debe sobrepasar un tercio del total –quiere decirse, que si el menú se vende a 12€ el costo para el hostelero no debe sobrepasar los 4€-. Por eso, echando cuentas, lo que se destina al vino es muy poco. Tal vez por eso se ha asumido que en estas ofertas de precio cerrado el vino es malo, casi peor que corriente.

Borlán dijo que “el vino de menú es un accidente. Ese tipo de productos desprestigian al restaurante pero también a la bodega y a la zona”. Sugirió, con una inteligente aportación, que es preferible para la bodega no poner ni siquiera su nombre o razón social para que no le salpique el efecto negativo que tienen estos vinos de primer precio. Con un registro embotellador sobra.

Marta Tornos puntualizó que “hay gente que no quiere vino en el menú”. Las prisas y el coche favorecen que el agua gane terreno… o incluso una copa de cerveza, “aunque en muy pocos menús del día se incluye como sustitutiva al vino. ¿Por qué no una copa de cerveza si entra de sobra en los precios para el hostelero?”

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Begoña puntualizó que no es lo mismo el vino de menú que el vino de la casa. Para ella éste último tiene “connotaciones positivas aunque también depende del precio”.

Está claro que los menús de diario no son escaparates de una gastronomía exquisita. Son poco más que un primero, un segundo y un postre que simplemente alimentan. Por eso el hostelero no se complica la vida. De hecho, ni lo prueba cuando el distribuidor se lo ofrece. Lo que quiere es un proveedor, no un producto que realce las excelencias de su casa –que quizá no las tenga-.

A un restaurador, como confirmaron los dos joseluises, “se le ofrecen muchos vinos de este segmento y todos son similares en lo que a calidad se refiere. Un distribuidor te puede proponer etiquetas personalizadas pero también se rige por precios bajos”. Y el contenido es igual de barriobajero.

¿Por qué no se ofrece una copa de un vino de mayor calidad en lugar de una botella batallera?. ¿Por qué solo suele haber tinto y no blancos o rosados en el menú de diario?. ¿Por qué tantísimas bodegas ofertan este tipo de productos cuando saben que su imagen cae en picado y, por el contrario, también tienen vinos de segmentos superiores?. ¿Por qué el hostelero no escoge algo que le de margen y, además, eleve la percepción de su negocio?

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Con estas otras cuestiones seguimos conversando. Pero sustituimos los vinos por otros que estuviesen a la altura de los invitados. La próxima vez que comáis de menú diario fijaos más en los vinos y me decís si estáis de acuerdo o no.

A radiografía… ¡el vino en España!

31 mayo, 2016 por Mariano Navascués

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Que sí, que somos un país vinatero y, además, no uno cualquiera. De hecho podemos estar muy orgullosos de lo que tenemos y producimos. Si en su día se habló del diseño italiano o de la tecnología alemana también escuchamos cómo a España se le asocia con el vino… aunque tendríamos que decirlo en plural, porque hay muchos y cada vez mejores. Héte aquí una radiografía de lo que somos y lo que hacemos, y en definitiva del vino en España.

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Si abrimos el mapa…

Nos encontramos, nada más y nada menos, que con 954.659 hectáreas de viñedo. Y eso que hemos ido en retroceso porque en 2014 sobrepasábamos el millón de hectáreas -lo que supone alrededor de un 13% del total mundial-. Somos el país que mayor superficie dedicada a la vid tiene por delante de Francia e Italia… aunque ojito que China viene fuerte ya ha plantado casi 800 hectáreas.

En todas las comunidades autónomas de nuestro país hay viñas. Ninguna de las 17 se salva. ¿Y sabéis cuáles son las que encabezan el ranking? En primer lugar Castilla- La Mancha, que es la zona geográfica con mayor extensión del mundo dedicada al cultivo de la vid –el 49,6% del total nacional, seguida de Extremadura y Castilla y León. Le siguen Cataluña, La Rioja, Aragón, Galicia, Murcia y Andalucía.

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Además de superficie…

En ese mar interminable de viñedos hay 90 zonas de producción de vinos de calidad con Denominación de Origen Protegida. De ellas 69 son Denominación de Origen, 2 son Denominaciones de Origen Calificada, 7 son Vinos de Calidad con Indicación Geográfica y 14 son vinos de Pago. Quiere decirse, que tenemos de todo. Y hay zonas que tienen un largo historial. De hecho, las primeras denominaciones que se aprobaron en España lo hicieron en 1932. Fueron Jerez, Manzanilla de San Lúcar de Barrameda, Málaga, Montilla- Moriles, Rioja, Tarragona, Priorato, Alella, Utiel- Requena, Valencia, Alicante, Ribeiro, Cariñena, Penedés, Condado de Huelva, Valdepeñas, La Mancha, Navarra y Rueda.

¿Cuántas variedades tenemos?

De la inmensa retahíla de variedades de uva que hay en el mundo –dicen que 10.000 aunque tan sólo 1.370 se utilizan para la elaboración y comercialización de vino- España tiene inventariadas del orden de 300. Ojito, que se dice pronto, ¿eh?… tres centenares de castas distintas autóctonas de España. Estamos a la altura de Portugal, con idéntica cifra, y por debajo de Francia, que con 400 variedades, se erige como país más rico en lo que a patrimonio se refiere.

De todas las nuestras la más común es la Airén (23,5%), seguida del Tempranillo (21%) y la Bobal (7,5%). Después está nuestra queridísima Caracha, Monastrell, Pardina, Macabeo y Palomino.

¿Y bodegas?

La estructura empresarial española pasa por más de 4.000 bodegas. Sí, sí. Habéis oído bien… más de 4.000. La zona que concentra un mayor número es la D.O.C. Rioja con 826 y tras ella le sigue la D.O. Cava (420), la D.O. Ribera del Duero (286), D.O. La Mancha (256), D.O. Cataluña (203), D.O. Penedés (187) y D.O. Rías Baixas (181). En Aragón tenemos un total de 141 así que ahí estamos, aportando nuestro considerable granito de uva.

De todas ellas, las principales empresas, con más de 100 millones de euros de facturación al año, se encuentran nombres como el Grupo Freixenet, J. García Carrión, Codorníu, Arco Wine Invest Group, el Grupo Domecq, Miguel Torres, Félix Solís y el Grupo Faustino. ¿Conocíais estas posiciones?.

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Exportaciones

Aquí seguimos siendo unos hachas. Porque el año pasado cerramos el ejercicio con récord en exportación tanto en volumen como en valor. Y es que se comercializaron 2.396,3 millones de litros alcanzando un valor de 2.637,9 millones de euros. El precio medio, sin embargo, bajó un poquito y se situó en 1,10€/litro.

Se comercializan nuestros vinos en todo el mundo. Estados Unidos, Canadá, Holanda y México se decantan por vinos con mayor valor añadido, mientras que Francia, Alemania e Italia ganan puntos año tras año. Y China es un excelente comprador de marcas españolas aunque a precios más económicos.

Los vinos más caros del mundo mundial

11 mayo, 2016 por Mariano Navascués

No es por meterme donde no me llaman pero, ¿qué tal vais de eurillos últimamente?… ¿bien?… ¿asfixiados? Imagino que andaréis como casi todo el mundo: sobrados, haciendo malabarismos, echando mano de reservas, sin demasiadas expectativas de mejora o simplemente con el “tirando” en el que nos asentamos la mayoría. Estamos pasando una racha –esperemos que dé enseguida sus últimos coletazos- que por la dichosa crisis económica ha obligado a atarse los machos a base de sacabocados… para hacer más agujeros en el cinturón, se entiende.

En estos tiempos de ajustes es cuando el polo opuesto se distancia todavía más de la vida real. Ahora más que nunca sorprenden listas como las Forbes en las que se hacen inventarios de hiper-multi-podridos de pasta, de cuáles son las empresas más influyentes del planeta o de las celebridades que más billetes derrochan a lo tonto.

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Dicha revista sigue siendo amiga de cuantificar fortunas y ha hecho un listado de los vinos más caros del mundo. Para ello ha tenido en cuenta subastas y valoraciones de personalidades del sector y, como podréis intuir, en tiempos jodidos parece más disparatado saber lo que alguien llega a pagar por una botella.

Los vinos listados en cuestión son intocables, míticos, fascinantes, irrepetibles; son marcas históricas que por sí solas representan la élite mundial del vino. Un servidor no entrará a valorar si valen lo que cuestan porque esas referencias conllevan un añadido intangible imposible de calcular. Es el mismo plus que tiene Bugatti o Lamborghini en automóviles, Vacheron Constantin en relojes o Salvatore Ferragamo en zapatos. Por muy despampanante que parezca siempre hay alguien que puede conducir un coche de alta gama llevando un peluco de varios millones de euros en su muñeca. Es el mismo fulano que cuando decide tomarse su copa de vino no lo hace con un corrientón sino, obviamente, con  cualquiera de las botellas que, según Forbes, pertenecen a los vinos más caros del mundo.

El puesto más alto del ranking lo encabeza la cosecha 1787 del bordelés Château Lafite. El propio editor de la revista antes mencionada, Malcom Forbes, apoquinó 160.000€ por una botella de aquella antiquísima añada. Lo hizo en el año 1985 y tal fue la repercusión de la compra que hasta saltaron las alarmas especulando si era auténtica o no.

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El segundo cajón también lo ocupa un bordelés, concretamente de la región de Sauternes. Château d´Yquem es otro fausto embotellado cuya añada de 1811 costó 84.700€. El coleccionista y restaurador francés Christian Vanneque se llevó la susodicha después de que la propia bodega comprobase su autenticidad.

Forbes sitúa en el tercer puesto a un australiano, el Penflods Grange Hermitage de 1951, una referencia de la que tan sólo quedan 20 botellas en el mundo. Que haya tan poca mercancía circulando es probablemente uno de los motivos que “ajustan” su precio a 27.210€.

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Los que vienen a continuación son mucho más asequibles, dónde va a parar. No llegan ni de lejos a los cuatro millones de las antiguas pesetas así que están al alcance de cualquier hijo de vecino. Tururú.

El Cheval Blanc cosecha 1947 costó 23.870€ pero había trampa. La botella era de tres litros así que menuda ganga. Este vino de Saint- Emilion fue adquirido por una potente compañía vinatera de San Francisco que se llama Vinfolio. Si queréis ver por dónde van los tiros de esta empresa entrad en su web (www.vinfolio.com). Menudo catálogo se gastan.

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En la mitad de la tabla también se encuentra otro mítico: Château Mouton- Rothschild. La casa de subastas Christie´s vendió un Jeroboam -botella de 4,5 litros- de 1945 a 20.245€. Un comprador anónimo se hizo con la preciada joya que, comparada con otras referencias, sale tirada de precio. ¡No llega a 4.500€ el litro! Así ya se puede.

Si alguno de vosotros está echando en falta otras marcas sagradas que espere y siga leyendo, porque hay sorpresas, como la del número seis. De Napa Valley, en California, llegó el Inglenook Cabernet Sauvignon de 1941 por el cual se abonaron 17.428€. Lo hizo otra mega compañía norteamericana (Zachys) si bien años atrás el director de cine Francis Ford Coppola tenía otra en su casa de la misma añada. Por lo tanto, segundos platos no molan.

La lista regresa a Francia ya que los siguientes vinos proceden del país vecino y es a partir de aquí cuando salen a escena las marcas que cualquier aficionado domina. El Montrachet Domaine de la Romanée Conti de 1978 se subastó en Sotheby´s y alcanzó un precio de 16.888€, pecata minuta. Durante un tiempo la botella se podía adquirir en Wine&Spirits de Nueva York pero, para desgracia de alguno de vosotros, he de deciros que esa añada ya no está disponible. De todos modos, entrad en www.wine-searcher.com y buscad algún otro chollo.

Por 14.221€ se vendió una botella también de Romanée Conti de 1934. Según los expertos este 1er Cru es uno de los más valiosos ya que tan sólo se había elaborado ese año, en 1999 y en 2002. De esa misma casa salió el noveno de la lista Forbes: la añada 2003 que, como debió ser pelín regulera, costaba unos miserables 3.283€.

En el último puesto, ocupando el número 10, se haya el Chateau Petrus 2005. Solamente cuesta 2.242€ pero hay que ponerse a la cola. Uno no puede llegar a una tienda con un fajo de billetes y llevarse una botella a casa. Hay una lista de espera como las de la Seguridad Social ya que es una de las añadas más célebres de Burdeos.

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En total, sumando el precio de las diez botellas salen 370.087€. Si queréis, id pensándolo, podemos empezar a organizar una quedada entre unos cuantos y nos damos un homenaje. Con que estemos 20 personas nos tocará escotar  unos 18.500€… y eso es calderilla.

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Somos un equipo creativo al que, además de los colores Pantone y las campañas de publicidad, nos gusta el vino.

El caso es que llevamos tiempo dedicados al tema, entre páginas web, catálogos, eventos,... Y, claro, también llenando alguna que otra copa entre proyecto y proyecto.

Ahora no se nos ha ocurrido otra cosa que crear un blog para unir estas dos facetas de nuestras vidas: el diseño y los vinos.

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